jueves, 19 de diciembre de 2013

Por si no te vuelvo a ver

Córdoba, por si no te vuelvo a ver, y esta es la última mañana que me queda de diciembre, con cierta libertad porque "estoy de vacaciones", porque no tengo que estar encerrada y son las siete de la mañana, y entre el delirio ajeno por cagarse a puñetas (¿ah?),  uno que otro romance, y las ganas de comerme un buen guiso,  quiero decir, con cierta libertad porque estoy de vacaciones, y hace mucho que no eran las siete de la mañana, o sí, pero...

¡Está lindo afuera!
La cuestión Córdoba,
por si no te veo hasta dentro de un mes, o más, y no sé si a vos, a todo, mi guarida, tengo que escribirte algo
no por poesía ni por literatura que ambas se pueden ir a la concha de su hermana, perdón por la grosería si estás leyendo mamá,  sino porque sí, porque sos vos, y mal que mal sos mía, aunque le pese a todos los cordobeses xenófobos, cuyas calles usurpamos sin respeto.

Así que aquí estoy, escribiéndote algo, que no sé si es otra cosa más que decir que tal vez me voy ya a casa, que en cinco días es Navidad, y que de trescientos sesenta días de este año debo haber estado doscientos ochenta aquí, con ganas, porque sí, porque la vida, porque la no vida, y los no patos, y aquí andamos, escribiendo sin pretensiones, solamente para decir que un buen diecinueve yo sabía que no iba a rendir una materia, y que me iba a volver a casa, mi otra casa, la de verdad, donde están mi familia y mis gatos, para dejar mi casa de mentiritas, mi ficción, la guarida, el desierto del peregrino, qué sé yo, vos Córdoba.

Pero Milan Kundera, ay ay ay, dijo que cuando algo se te vuelve literatura, es infinitamente más real.

(¿Ajá? ¿Eso dijo? La gente lee cualquier cosa...)

En el fondo Córdoba linda, te empecé a querer, (a partir de treinta segundos que leas este mensaje te dejo de querer, parece que ser rompebolas se pega (y nunca despega)), te empecé a querer porque se me desbarataron todos los esquemas, o no por eso, pero se desbarataron. Tal vez porque son las siete de la mañana y a estas alturas, uno tiene todo desbaratado (ayer me desperté a las ocho, perdón), no carburo, quiero un chocolate y dormir. Pero siempre quiero chocolate, o dormir, nada más que tengo sueño, mucho sueño y hambre ya no, pero el chocolate...

Y ya ni sé qué espero para irme a dormir. Ni para qué escribo esto. Una especie de pseudo- despedida por si en febrero todo cambia y no te quiero más. Y ya estoy muriendo por volver a casa, o soñando con ir  a Buenos Aires, o nada, capaz que estoy aquí, y  primero
te quiero
igual.

Bajo la terrible esperanza y expectativa de saber que hay que volver a hacerse cargo de los asuntos pendientes (materias, los caños rotos, la gente, luchas metafísicas), te escribo esto como para decir nada, que chau, que me voy, que se acaba el año. que en cinco días es Navidad (¡La puta madre!), y que si hubiera estado en Santiago ya iría por la duodécima sandía. Que qué sé yo, Córdoba, hay que despedirse como corresponde, con los duelos, los abrazos y las palabras correspondientes, por lo menos las implícitas (ME VOY! materia del orto... ), aunque uno empiece a dejarles de creer.

Y así, después de haberme jurado a mí misma no volver a escribir poesía, no te puedo escribir una poesía, porque sería inútil, y te escribo otra de mis cartas, a vos, enunciataria ideal, porque no sos más que lo que yo creo (¿Ajá?, guarda.), y sí. Aquí estoy. Escribiéndote. ¡Pero no es una poesía! No es nada tan barato ni pretencioso ni urgente (urgente capaz que sí) como una poesía. Es más bien una confesión. Una carta. No se culpe a nadie si mañana ya no estoy aquí, son cosas de la vida.

Y en general uno podría agradecer, ponerse objetivos, porque se acerca fin de año.

Pero me di cuenta que los objetivos ( gracias a la pedagógica...) son la cosa más pelotuda que existe en el mundo. Porque mientras más plan tienes, más te sale el tiro por la culata, y bueno, qué vas a hacer, fue. Para eso decirse dos cosas, nada como aprender francés o volver a danzas o que me salga un rondó flic flac más bien, podría ser algo así como

qué sé yo

pensar a las siete y veinte que podría hacer polenta? no lo voy a hacer. Son ilusiones.

Qué sé yo, mejor ningún objetivo. Ni ganas de pensar.

Y bueno, eso. Que es de mañana, y que tal vez, sólo tal vez si consigo pasaje para esta noche es la última mañana del 2013, en que te vea bonita como sos cuando no hay gente por todos lados, cuando no hace un calor ni hay una humedad del quirquincho (iba a decir ocote...)

Sí, ociosa terrible. Te escribo para nada.

Buenas no noches, me voy a dormir.

Abrazo largo. Por las dudas.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

el piso

Yo he dicho, he dicho con mi santiagueñismo a cuestas, que no voy a volver a escribir poesía. 
Es uno de esos compromisos místicos con uno mismo, algo a lo Juramento Inquebrantable.

Hoy la necesito, necesito algo que sea sin ser. Que desenvuelva este mambo de razones y sinrazones, esta cosa horrible de andar pisando en falso, avanzando porque sí. Caminando derecho, total, llega.


Algunas poesías, algunos escritores, tienen, ay, un poder tan incuestionable. Sus frases parecen tan pero tan convincentes. Como verdades universales, intransgredibles, destinos ineluctables, como las encíclicas cantadas, y el niño con cola de chancho.


En cualquier lugar que estuvieran, recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.(Cien años de soledad, G. García Márquez)


¡Ay Gabo!

Cuantas verdades todas juntitas apelotonadas.

Porque qué otra cosa hay  que algo con lo que anclar en el mundo. ¿Hay algo más triste que poder escribir los versos más tristes esta noche? ¿Algo más trágico que Edipo cruzándose en el camino con Layo?


Quiero decir que en la literatura, dentro de ese universo, cada frase es verdad universal, en ese microcosmos. No hay que optar. Bajo el designio trágico de ese mundo cerrado solamente podemos ver a Patroclo poniéndose la armadura, solamente podemos ver al desencuentro irremediable de Oliveira, la inminencia de Barranca Yaco, ¡No hay opciones!


Si vos abres cualquier edición del Adán BuensAyres en los primeros capítulos va a estar siempre Solveig jugueteando con el libro azul. 


Quiero decir que no hay nada que podamos hacer.



Ante el caos, ante el azote del mundo, con sus múltiples caminos, todos vedados excepto uno, con todos los candiles apagándose, ante esa inminencia de que el tiempo, y no el tiempo, la vida, y no la vida, vos estás pasando, te estás yendo, qué más queda ante eso que parece que no podemos entender, que todo el mundo se empeñó en que "el misterio de Dios", en que la clausura semiótica, en que no hay nada que se pueda entender, y desde que decimos que nada se entiende, que no hay bueno o malo...

¿Dónde estamos?

Quiero decir, ¿a dónde vamos? ¿Dónde anclar?


Si todo fuera tan fácil como saber que Voldemort es malo y Dumbledore es bueno, si todo fuera tan fácil como esa violencia del destino de ser Fedra o Antígona, siendo siempre Fedra o Antígona, destinado inevitablemente, determinado desde hoy y para siempre,  que cada vez que leamos esos nombres se repite la historia fatal. 


Por
que cuando lo que creías tambalea, cuando se te va serruchando el piso, a ¿dónde estamos parados?

¿Se puede ir desde la nada a la nada?


¿Caminante no hay camino, se hace camino al andar?


¡Horror de los horrores!


Pero hoy, para mí, para vos, decime, ¿qué es el horror? 




Darío, Darío... con tus palabras precisas, perdón, perdón, por decir que no me gustabas en el coloquio de latinoamericana. 


¡Por algo sos poeta!

(...)Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...(Lo fatal, Rubén Darío)