domingo, 6 de octubre de 2013

Domingos y domingos.

Estoy con alma de domingo, alma de nada, de quedarme en casa, y dejar que suene ese álbum completo que alguien ha subido a su enfático muro de facebook.
Me pregunto por qué ese afán de retraimiento y encierro que nos agarra de vez en cuando, medio traicioneramente, por la espalda y amenazando con la boca de la pistola pegada a la espalda. Pura mala fé nuestro otro yo que nos va manoseando y haciéndose el oso.
Uno sabe que es domingo y que todo el día perdió tiempo, pero es casi el imperativo de domingo, en especial si no hay una obligación que nos patee y nos obligue a alzar los ojos, bien alerta.

El espíritu de domingo es espíritu de vagancia para los ateos como lo es de misa para los cristianos. O mejor: el domingo es la santa misa del vago, o del que quiere tranquilizarse porque nada le rompe las bolas.La comunión consigo mismo. Partir las galletitas, y tomar el café. En conmemoración nuestra (o tuya).

Sin embargo qué asesino estar nada más con uno mismo tanto tiempo. Qué asesino el café, las lecturas, y ni hablar la propia cabeza que anda encontrándose monstruos  hasta abajo de la mesa.

Encierro, fin de semana y soledad, yo sé que en mí, no terminan bien. Pero qué hacer. Qué hacer un domingo...

Yo creo que por todo el ocio que uno amontona el fin de semana, debe ser el domingo el día más propicio para suicidarse. No, yo nunca pienso en suicidarme. En serio, lo digo en serio, no te preocupes. ¿Pero en dónde escuché lo del dominguicidio?

Creo que Voltaire tenía razón con su moral práctica y eso de que hacer filosofía es nocivo para el espíritu humano (?). Hay que tener huerta propia. (?)


Hablando en serio, hay que tener la cabeza y el cuerpo bien atareados si uno quiere  evitarse la depresión/la tristeza/el autoboicot/la obesidad (?). En especial el cuerpo, porque la mente se acelera mucho; pero si uno ocupa el cuerpo, también se cansa la mente, es una cosa maravillosa. Por eso amo el gimnasio. Ahí voy a cansar el cuerpo para que la mente no entre en crisis y apriete el botón de autodestrucción.

¡En serio que es más difícil estar tranquilo cuando uno está solo! Mucho tiempo así y terminas queriendo romper la pared con la cabeza, aunque sepas que la pared no se va a romper, y que es medio boludo.  El peligro de la soledad es que uno empieza a olvidarse de esas cosas que se advierten con los otros. Como Bauman decía, lo que tenía el desierto era que uno podía salirse de lo social, y por eso se acercaba a dios, porque no había un límite impuesto por otro. Era un diálogo con uno mismo, un ego que se volvía absoluto.

 Pero, si vos estás con otra persona, desistes de plantearte "che, voy a romper la pared con la cabeza", porque continuamente la convivencia te recuerda esas boludeces, esos malos actos o hábitos. Uno aprende mirando al otro y estando en conjunción (ja) con el otro.

La humanidad no está hecha para la Santa Soledad del domingo. Aguantamos así dos dias, y si van tres  ya empezamos a encontrar las formas más económicas de suicidarnos. (No, no soy depresiva. No, no hablo en serio, nunca pensé en suicidarme. Basta, dejá de preocuparte por mí, solamente es domingo y estuve sola mucho tiempo.)

Lo más sano es llamar a un amigo, y que el café sea para dos, pero eso implica un hacer, y eso está estrictamente prohibido durante la misa de los vagos.

Alerto al mundo y a mí que solamente quedan cuatro horas de domingo, y que eso es deprimente. Mañana voy  a desperdiciar en la facultad las horas de la tarde que hoy he desperdiciado encerrada en mi departamento, tomando tereré y comiendo galletitas con dulce de leche. La humanidad no es cuerda.




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