miércoles, 11 de diciembre de 2013

el piso

Yo he dicho, he dicho con mi santiagueñismo a cuestas, que no voy a volver a escribir poesía. 
Es uno de esos compromisos místicos con uno mismo, algo a lo Juramento Inquebrantable.

Hoy la necesito, necesito algo que sea sin ser. Que desenvuelva este mambo de razones y sinrazones, esta cosa horrible de andar pisando en falso, avanzando porque sí. Caminando derecho, total, llega.


Algunas poesías, algunos escritores, tienen, ay, un poder tan incuestionable. Sus frases parecen tan pero tan convincentes. Como verdades universales, intransgredibles, destinos ineluctables, como las encíclicas cantadas, y el niño con cola de chancho.


En cualquier lugar que estuvieran, recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.(Cien años de soledad, G. García Márquez)


¡Ay Gabo!

Cuantas verdades todas juntitas apelotonadas.

Porque qué otra cosa hay  que algo con lo que anclar en el mundo. ¿Hay algo más triste que poder escribir los versos más tristes esta noche? ¿Algo más trágico que Edipo cruzándose en el camino con Layo?


Quiero decir que en la literatura, dentro de ese universo, cada frase es verdad universal, en ese microcosmos. No hay que optar. Bajo el designio trágico de ese mundo cerrado solamente podemos ver a Patroclo poniéndose la armadura, solamente podemos ver al desencuentro irremediable de Oliveira, la inminencia de Barranca Yaco, ¡No hay opciones!


Si vos abres cualquier edición del Adán BuensAyres en los primeros capítulos va a estar siempre Solveig jugueteando con el libro azul. 


Quiero decir que no hay nada que podamos hacer.



Ante el caos, ante el azote del mundo, con sus múltiples caminos, todos vedados excepto uno, con todos los candiles apagándose, ante esa inminencia de que el tiempo, y no el tiempo, la vida, y no la vida, vos estás pasando, te estás yendo, qué más queda ante eso que parece que no podemos entender, que todo el mundo se empeñó en que "el misterio de Dios", en que la clausura semiótica, en que no hay nada que se pueda entender, y desde que decimos que nada se entiende, que no hay bueno o malo...

¿Dónde estamos?

Quiero decir, ¿a dónde vamos? ¿Dónde anclar?


Si todo fuera tan fácil como saber que Voldemort es malo y Dumbledore es bueno, si todo fuera tan fácil como esa violencia del destino de ser Fedra o Antígona, siendo siempre Fedra o Antígona, destinado inevitablemente, determinado desde hoy y para siempre,  que cada vez que leamos esos nombres se repite la historia fatal. 


Por
que cuando lo que creías tambalea, cuando se te va serruchando el piso, a ¿dónde estamos parados?

¿Se puede ir desde la nada a la nada?


¿Caminante no hay camino, se hace camino al andar?


¡Horror de los horrores!


Pero hoy, para mí, para vos, decime, ¿qué es el horror? 




Darío, Darío... con tus palabras precisas, perdón, perdón, por decir que no me gustabas en el coloquio de latinoamericana. 


¡Por algo sos poeta!

(...)Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...(Lo fatal, Rubén Darío)



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